El divorcio y los hijos
La separación o el divorcio de los padres puede ser una experiencia muy dolorosa inclusive traumática para la familia. Tanto los esposos como los hijos experimentan mucho sufrimiento por los cambios que supone la ruptura de una relación. Es importante tener presentes varios puntos para que pueda haber un manejo adecuado de un divorcio o una separación, y evitar que las consecuencias repercutan durante años en los miembros de la familia.
1) La familia permanece completa tras el divorcio
En primer lugar es muy importante nunca perder de vista que tras un divorcio la familia permanece completa, desintegrada pero completa. Es decir, seguirá existiendo un padre, una madre y los hijos (dependerá del buen manejo de la situación para que se logre una convivencia armoniosa entre todos). Evidentemente ya no será lo mismo, es decir, la experiencia de una familia desintegrada no es la misma: lo que se pierde en primer lugar es la vivencia cotidiana con ambos padres. El trabajo de los padres tendrá que enfocarse en hace que los hijos logren vivir esta nueva forma de vida como la mejor opción para todos. ¿Por qué? Porque de lo contrario, si los padres no se esfuerzan en que los hijos acepten la nueva forma de vida (familia desintegrada), para los hijos será más difícil en el futuro dejar atrás los daños que recibieron en este momento, y aumentarán los riesgos de que los arrastren a la edad adulta. Es importante que los hijos confíen y asimilen que esta decisión que toman los padres es por el bien de todos. Y para que esto se consiga, es requisito que los padres también sean capaces por su parte de decirse a sí mismos que si se toma la decisión del divorcio, es por el bien de todos en la familia. Tal vez el esposo pueda decir, que la decisión no la tomo él, que ha sido ella quien ha querido el divorcio. Incluso en ese caso, hay que estar de acuerdo en que solo falta una persona para romper con la relación. Es decir, si la decisión de una persona es no continuar más, por desamor por ejemplo, con la relación, basta para que no tenga sentido continuar juntos. Pues, de lo contrario, le estaríamos dando el ejemplo a los hijos de que a pesar de que no existe el amor se va a continuar juntos, tal vez por ellos, se va a sacrificar la felicidad, tal vez por los hijos. Y esto directa o indirectamente los hijos lo van a percibir. Van a sentir que es por culpa de ellos que los padres decidieron estar juntos, a pesar de que no se amaban. Y esta culpa es un malestar innecesario, un síntoma de haber sido involucrado en un problema de sus padres.
2) El divorcio en primer lugar es un problema de pareja
Es importante hacer una diferencia clara entre lo que son problemas de familia (padres e hijos) y problemas de pareja (esposos). El divorcio es necesariamente un problema de pareja, entre esposos, no de familia. Ya que el divorcio deshace una relación que se creó antes de la aparición de los hijos, es decir que es anterior a la familia. Evidentemente les compete también a los hijos de manera directa; es normal que se pregunten ¿y ahora qué va a pasar?; ¿cuándo voy a ver a mi padre o a mi madre? Un divorcio cambia radicalmente la vida de los hijos, es un proceso muy difícil y doloroso también ara ellos, y por lo tanto es importante prestar mucha atención en la forma en que debe "manejarse" la situación.
Si se hace la distinción de que se trata en primer lugar de un problema de esposos, es para señalar esto: se tiene que distinguir entre el golpe que reciben los esposos, y el golpe que reciben los hijos o la familia. El golpe que reciben los esposos es uno directo (la acción de divorciarse recae directamente en la ruptura del vínculo que los une), y el golpe que reciben los hijos, en cambio, es uno indirecto (el vínculo que une a padre-hijos y madre-hijos permanece "intacto", habrá variaciones pero permanece el mismo en el sentido en que el amor por ellos no ha cambiado - por el contrario, tomar la decisión de no quedarse solamente por los hijos, es un acto de amor hacia ellos, algo que les va a ayudar en el futuro, si se maneja adecuadamente). Esta distinción ayuda a que los hijos tengan un límite o un andador en el sufrimiento confuso que experimentan. Les ayudará a controlar los impulsos que tienen de enojarse con alguno de los padres. Les impedirá por lo tanto justificar que existe una razón para guardar resentimiento.
Por ejemplo, puede existir un impulso espontáneo de los hijos (o de uno) a tomar partido por alguno de los dos padres. Es importante que ambos padres interrumpan este impulso, y no permitan que defienda a la madre o ataque al padre (o al revés). En cierta medida, esto a veces es inevitable que suceda, pero no por ello deja de ser importante es que los padres no se queden de brazos cruzados. Es decir, es necesario que los padres le hagan saber al hijo que no es necesario que se defienda a la madre, o que se ataque al padre. Por un lado, con esto se les hace ver que este problema no les incumbe, que ellos, los padres, son los encargados de resolverlos y que no necesitan de su ayuda, y por otro que no tienen razón por la cual estar molestos.
Y al mismo tiempo, es claro que los hijos tienen razones para estar molestos, pues con el divorcio se rompen muchos hábitos y costumbres que mantenían en pie la tranquilidad y seguridad de un futuro estable y confiable para ellos. Es molesto para un hijo también ya no poder ver a su madre o a su padre en la recámara, cuando quiera ir a buscarlos. Es causa de molestia simplemente no saber qué va a pasar. Sin embargo, hay que cuidar que los hijos no sientan molestia o enojo por no estar de acuerdo con la decisión que tomaron los padres. O porque sientan que fue injusto para el padre o para la madre, o bien que sientan que el padre traicionó a la madre y a los hijos (a la familia), etc. En estos últimos tres casos, el error es confundir que el divorcio sea un problema de familia, y no en primer lugar de esposos. Este error es muy grave, pues deja a los hijos vulnerables y expuestos a toda la violencia (inevitable) que supone la ruptura o el desgarramiento de una relación importante.
Lo que hay que tener claro para manejar adecuadamente un divorcio, es que si bien es una experiencia dolorosa para todos en una familia, necesariamente se vive muy diferente en tanto que esposos y en tanto que hijos o familia. Es importante hacer esta distinción para evitar que surjan problemas innecesarios, tanto para los padres pues se dificultará más sobrellevar la decisión que han tomado, como para los hijos, pues el involucrarse en problemas de adultos tiene consecuencias inconvenientes para ellos. Un hijo tiene que ser capaz de lograr esta perspectiva para asimilar las dificultades del divorcio: "El divorcio no significa que mi padre (o madre) me abandone, ni que tome esa decisión porque no me quiere. El divorcio significa que mis padres renuncian a mantener vivo el vínculo que los unía como esposos, y tengo que confiar que esa decisión es lo más conveniente para toda la familia." Los padres están encargados de transmitirles a sus hijos esa confianza.
Las consecuencias de todo esto son muy importantes. De esto depende que los hijos no lleguen a "adoptar" un problema que no es suyo, y que lo carguen consigo hasta su vida adulta, y tengan por lo tanto mayor probabilidad de repetir este problema en su vida, es decir revivir este problema ya no de espectador sino de actor.
En estos casos, como la terapia de pareja o para padres puede ser de mucha ayuda para orientar el rumbo de la situación. En algunos casos, si existe ya mucho malestar y síntomas de alarma en los hijos, la terapia familiar o la terapia infantil puede ser también de gran ayuda.
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